‘As I lay dying’: la vida es una pesada carga

Redactado por: Javier Gallego Alonso

Ilustración de: David de las Heras

He aquí unos bosquejos de mis impresiones tras leer la obra Mientras agonizo (As I lay dying, 1930), del escritor William Faulkner, segunda de las dos novelas suyas que he leído, siendo la otra Santuario (Sanctuary, 1931).

No tienen cabida aquí consideraciones relativas a mi gusto personal, tanto por afinidades conceptuales, temáticas o estilísticas, o mi estima moral hacia el autor; eso se lo dejo a las miríadas de personas que únicamente saben dictaminar de una obra literaria si les ha gustado la trama o no, sin decir el porqué, por supuesto.

Con sabiduría excepcional nos introduce Faulkner en una familia sureña estadounidense de principios del siglo XX, los Bundren; una familia muy pobre, mal avenida, con soterrados rencores y disputas entre sus miembros, sosteniendo relaciones de una sospechosa ambivalencia, con tensiones sentimentales muy complejas entre ellos. También hay un pequeño rincón para el afecto, pero no es eso en lo que Faulkner pretende centrar su mirada: el hecho alrededor del que gravita la historia es luctuoso: la muerte de la madre, Addie Brunden.

Lo más llamativo de esta novela, además de la alucinante creación de caracteres, es la magistral técnica narrativa de Faulkner. A partir del llamado monólogo interior o flujo de conciencia (prefiero este último término en este caso), el autor conforma una polifonía de discursos de hasta 15 personajes distintos, todos ellos no sólo con un punto de vista propio, sino con una forma de pensar, sentir, hablar, de ver el mundo y, por tanto, juzgar de una determinada manera la peripecia que están viviendo.

Aborda pues Faulkner la escritura en primera persona, desvaneciéndose su voz para sustituirla por la de sus personajes, sin que exista un narrador único en la novela. La familia –que es la que experimenta esa grotesca odisea, ese viaje de sacrificios absurdos en el que está en juego algo más que la inhumación de un cadáver putrefacto– es la que narra la acción en presente a la vez que ocurre; los testigos parciales y perplejos de su viaje, con quienes se encuentran brevemente, narran la acción en pretérito indefinido, como algo pasado y que para ellos ha concluido.

Parece obvio, ¿verdad? Para mí no. Si lo parece es por lo perfectamente armado que está todo; el autor sólo muestra lo necesario en base a lo que conoce cada personaje, completando nuestro conocimiento sobre cada acontecimiento con lo dicho por otro, dejando al lector un papel decisivo para evocar el resto y unificarlo todo con su imaginación. Al ser su prosa un reflejo de los pensamientos de los caracteres, algunas veces azarosos y bruscos, otras pausados y meditados, su sintaxis varía para representar estas transiciones anímicas, desmañando el lenguaje a propósito, así como la puntuación y el ritmo en momentos tumultosos, para volver a ser más correcto cuando una situación o reflexión concretas lo requieren. Es una decisión atrevida del autor, totalmente autoimpuesta, un reto personal del que sale vencedor. Según él, quiso escribir un gran tour de force con el que fracasaría estrepitosamente o llegaría al magisterio absoluto del arte literario. No cabe duda de que lo consiguió.

La oscuridad del alma humana se hace patente desde el comienzo mismo de la novela: celos, odio, tacañería, orgullo, mezquindad, rencor, amargura, resentimiento; todo ello presente entre los miembros de esa desastrosa familia, seres patéticos únicamente temerosos de la ira de Dios, y algunos ni siquiera eso. A los 7 miembros de la familia los comprendemos emocionalmente, experimentando a través de ellos sus cuitas, y, por muy repulsivos que nos resulten algunos –especialmente Anse, el padre, ser abyecto y egoísta donde los haya– sabemos que están llenos de vida, y que esa vida es una carga muy pesada.

No sé si Faulkner es un pesimista como muchos dicen. Lo que sé es que era un conocedor de almas y reflejaba la vida tal y como era, con toda su crudeza y mezquindad y su tedio monótono, su fragilidad y desdicha, junto con escasos momentos luminosos que en ocasiones nos hacen creer que redimen la ubicuidad del sufrimiento. La existencia humana siempre ha sido así y siempre lo será.

Se permite Faulkner de cuando en cuando algunos toques líricos de una belleza que quita el aliento. Pienso en el desolador monólogo de Addie Brunden –el único que le concede Faulkner en toda la novela–, que es un testimonio lúcido, desazonante, de una amargura resignada que resulta terrible e incluso cruel. Se puede intuir que bulle en Addie, en el rincón más profundo de su corazón, una fuerza espiritual casi tan despiadada como la que su marido exterioriza tiranizando a su familia. Me parece una criatura de una inteligencia y un cinismo estremecedores; aunque sean pocas sus intervenciones en la historia, por razones obvias, es un personaje muy bello y perfectamente dibujado, al igual que los otros 14 de quienes conocemos sus reflexiones en la novela.

En una crítica artística –aunque sea un borrador de crítica como éste-, tal y como he dicho al empezar el texto, no importan los gustos o simpatías del crítico. Defiendo una crítica parcial y apasionada en el estilo, una crítica artística si se puede llamar así, pero no juicios basados en afinidades personales. De ser así, hubiese dicho que el contexto de la trama, tanto su ubicación como su emplazamiento temporal, no es algo que me interese demasiado a priori; que el uso del lenguaje de Faulkner –magistral y justificado, de eso no hay duda–, sus tropos, sintaxis y léxico, no resuenan en mi temperamento en la misma fuerza que lo hacen otras novelas escritas en su mismo siglo por otros autores. Pero todo esto no tiene importancia porque el mérito de Faulkner es intemporal; mis caprichos no.

Para quienes quieran leer una crítica de Mientras agonizo mucho más coherente y reflexionada, además de mejor escrita que la mía, por alguien que conoce mucho mejor a Faulkner que yo, cliquen aquí.

8 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Futbolín dice:

    Buena crítica de «mientras la estoy diñando» el otro día me hice con la película que creo que no vale gran cosa y por supuesto no tendrá un análisis de caracteres y personajes tan exquisito, a mi lo que me pasa es que tengo alergia al sur pantanoso profundo y proceloso de los colonizadores protestantes, no soporto el catolicismo y el protestantismo lo mismo, pero le echaré algún día un vistazo para ver si se cumplen mis prejuicios, a veces se confirman y a veces no, jajaja, Un saludo

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    1. Vaya, no sabía que existía una peli sobre esta novela.
      Sí, te entiendo; a mí ese fanatismo religioso de los sureños también me echa para atrás, y en general la cultura estadounidense no suele llamarme demasiado la atención.
      Gracias por leerme. Un abrazo!!

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  2. Futbolín dice:

    As I Lay Dying (aquí le pusieron «El último deseo»)
    Año
    2013
    Duración
    110 min.
    País
    Estados Unidos Estados Unidos
    Dirección
    James Franco
    Guion
    James Franco (Novela: William Faulkner)

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  3. Excelente reflexión! Veo que te ha gustado tanto como a mi.

    Saludos!

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    1. Gracias. No sé si me ha gustado tanto, pero sí que me ha parecido una creación suprema.
      Un abrazo!!

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      1. Pues ahora tienes que leerte ‘Luz de Agosto’

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      2. Lo haré, lo haré. Ésa y ‘El ruido y la furia’. ¿Cuál me recomiendas leer primero, ‘Luz de agosto’?

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      3. Tienes que leértelas todas. Pero Luz de Agosto es algo impresionante.

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