Sobre si se debe leer o no.

Esta vez os traemos un artículo poco conocido redactado por el genial escritor irlandés Oscar Wilde en febrero de 1886:

Los libros pueden ser cómodamente clasificados en tres tipos:

1. Los que hay que leer, como las Cartas, de Cicerón; Suetonio; las Vidas de los pintores, de Vasari; la Autobiografía de Benvenuto Cellini; sir John Mandeville, Marco Polo, las Memorias de Saint-Simon, Mommsen y (hasta que tengamos otra mejor) la Historia de Grecia, de Grote.

2. Los libros que hay que releer, como Platón y Keats en la esfera de la poesía, los maestros y no los artesanos en la esfera de la filosofía, los videntes y no los sabios.

3. Los libros que no hay que leer jamás como las Estaciones, de Thomson; todos los Santos Padres, excepto San Agustín; todo John Stuart Mill, excepto el Ensayo sobre la Libertad; todo el teatro de Voltaire, sin excepción alguna; la Inglaterra, de Hume; todos los libros de argumentación y todos aquellos que intentan demostrar algo.

Estos son, con diferencia, los más importantes. Decir a las gentes lo que deben leer es generalmente inútil o perjudicial, porque la apreciación de la literatura es cuestión de temperamento y no de enseñanza. No existe ningún manual del aprendiz del Parnaso, y nada de lo que se puede aprender por medio de la enseñanza vale la pena de aprenderse. Pero decir a las gentes lo que no deben leer es muy distinto, y me atrevo a recomendar este tema a la Comisión del proyecto de ampliación universitaria. Realmente, es una de las necesidades que se dejan sentir, sobre todo en el siglo en que vivimos, en un siglo en que se lee tanto, que uno ya no tiene tiempo para admirar, y en que se escribe tanto, que uno ya no tiene tiempo para pensar. Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los Cien peores libros y publique la nómina de ellos, hará un verdadero y eterno favor a las futuras generaciones.

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